Érase una vez, en una tierra muy, muy lejana, una historia que se ha transmitido de generación en generación: la historia de David y Goliat.
Ahora, adoptemos una lente escéptica y examinemos este encuentro legendario. Lo primero es lo primero: no hay gigantes deambulando en nuestros libros de historia. No hay gigantes imponentes a derrotar con una resortera en cada pueblo de México.
Entonces, desde el principio, tenemos algunas dudas sobre la exactitud de esta historia. Pero suspendamos nuestra incredulidad por un momento y profundicemos en la narrativa.
David, un simple pastorcillo armado únicamente con su confiable honda y piedras, se enfrenta a Goliat, un imponente guerrero vestido con armadura y empuñando armas intimidantes.
Ahora, es difícil no cuestionar cómo este enfrentamiento aparentemente desigual podría terminar a favor de David. ¿Goliat tuvo un mal día? ¿Tal vez tropezó con sus propios pies? ¿O tal vez subestimó el poder de una piedra bien dirigida? Cualquiera que sea el caso, una cosa es segura: esta historia ha capturado nuestra imaginación durante siglos.
Quizás como alguna vez me comento mi padre, esta historia sirve de ejemplo que aunque sea un pueblo pequeño es capaz de derrotar a un gran opresor, Esto sirve como recordatorio de que a veces incluso los héroes más improbables pueden prevalecer contra todo pronóstico.
Entonces, ya sea que elijas creer en los antiguos gigantes o no, apreciemos el poder duradero de la narración y cómo puede inspirarnos a conquistar nuestros propios gigantes metafóricos en la vida.
Simplemente no busques gigantes reales: ¡probablemente se esconden detrás de cierto escepticismo!